Santiago de Querétaro, Qro., 5 de agosto de 2015
Saludo
Agradezco a Dios, en primer lugar, por su amor y bendiciones derramadas a lo largo de toda mi vida, y hoy de manera especial al encomendarme esta hermosa familia parroquial de la Divina Pastora.
Gracias Señor Obispo por su confianza depositada en un servidor, para colaborar en esta gran tarea de la misión permanente desde esta comunidad.
Agradezco a todos mis hermanos sacerdotes que me antecedieron, de manera particular al P. Alfonso Trejo, por su entrega pastoral. A las hermanas religiosas cuya presencia en esta comunidad ha sido patente.
Agradezco la presencia de mis Padres Don Arnulfo y Dña. Angela, y de toda mi familia.
Agradezco la presencia de todas las familias de la Parroquia de el Señor de la Piedad, Jurica.
Agradezco la presencia del equipo diocesano de Comunicación y de Kolping.
Gracias a todas las familias y amigos que nos acompañan de diferentes parroquias y movimientos.
Y hoy de manera especial saludo a todas y cada una de las familias de esta Parroquia de la Divina Pastora con quien compartiré mi vida y mi ministerio sacerdotal como su Párroco.
La Parroquia, familia de Dios
La parroquia, más que un territorio, estructura o edificio, es una comunidad de fieles, es decir, una comunidad en donde se descubre el rostro familiar y cercano de la Iglesia.
La Parroquia, la gran “familia de Dios, como fraternidad, animada por el Espíritu de la unidad, es una casa de familia, fraterna y acogedora, es la comunidad de los fieles»(cfr. Christifideles Laici, 71) en donde cada uno de sus miembros descubre su identidad, su pertenencia y el sentido de su existencia; es la comunidad formadora de personas; donde se trasmite la vida de gracia; donde se forman los auténticos discípulos misioneros de Jesucristo, donde se celebra la fe y se vive la comunión. En efecto, S.S. Pablo VI, ya señalaba: «Creemos simplemente que la antigua y venerada estructura de la Parroquia tiene una misión indispensable y de gran actualidad; a ella corresponde crear la primera comunidad del pueblo cristiano; iniciar y congregar al pueblo en la normal expresión de la vida litúrgica; conservar y reavivar la fe en la gente de hoy; suministrarle la doctrina salvadora de Cristo; practicar en el sentimiento y en las obras la caridad sencilla de las obras buenas y fraternas»(Christifideles Laici, 26).
La parroquia comunidad de comunidades
La Parroquia “es, en cierto sentido, la misma Iglesia que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas” (Christifideles Laici, 26). Es la casa común, donde todos son bien acogidos, la “fuente de la aldea donde todos acuden a calmar su sed”, tal como lo describía S.S. Juan XXIII. Es “el lugar de la comunión de los creyentes y, a la vez, signo e instrumento de la común vocación a la comunión” (Christifideles Laici, 27).
La parroquia es el lugar de encuentro del cristiano, de las familias, en donde se da la comunicación fraterna de personas y de bienes. Las parroquias son células vivas de la Iglesia(Apostolicam Actuositatem, 10) y lugares privilegiados en donde las familias pueden vivir la experiencia de encuentro con Cristo y de su Iglesia. Las parroquias “encierran una inagotable riqueza comunitaria porque en ellas se encuentra una inmensa variedad de situaciones, de edades y de tareas. Sobre todo hoy, cuando la crisis de la vida familiar afecta a tantos niños y jóvenes, las Parroquias brindan un espacio comunitario para formarse en la fe y crecer comunitariamente”.(Docto de Aparecida, 304) Están llamadas a ser casas y escuelas de comunión, donde la Palabra de Dios sea acogida, se celebre la Eucaristía, de tal manera que la comunidad parroquial, siguiendo el ejemplo de la primera comunidad cristiana (cfr. Hch. 2,46-47), se reúne para partir el pan de la Palabra y de la Eucaristía, acudan a la enseñanza perseverando en la catequesis, en la vida sacramental y en la práctica de la caridad.
“La Parroquia, casa de todos”
Con todo esto les digo, esta es su casa, su hogar, formemos una familia, los invito a que juntos cuidemos de nuestra casa, que nadie se sienta un extraño, ajeno o arrimado.
Y como en nuestra casa, lo importante no son los muros, sino los que habitan en ella, ¡cómo no cuidar de nuestros abuelitos!, ¡cómo no valorar la labor de papá y mamá, no solo en llevar el pan de cada día a la mesa, sino de educar a los hijos!, ¡cómo no impulsar en su crecimiento a nuestro niños, adolescentes y jóvenes!¡cómo no llorar con los que sufren por verse atrapados en las redes del alcoholismos y drogadicción!, ¡cómo no cuidar de nuestros enfermos, de dignificar y apoyar al pobre y necesitado! ¡cómo no hacer fiesta de la vida, con nuestra cultura y tradiciones desde nuestra fe! ¡cómo no hacer de nuestra familia la Iglesia doméstica!
Así tiene que ser nuestra parroquia, tu casa, nuestra casa, en donde todos encuentren la fuente donde puedan saciar su sed, el cobijo, el consuelo, la misericordia, su dignidad, su alegría y su esperanza. Donde podamos ser con el otro, eso es familia, eso es la parroquia. Donde vivamos el encuentro con Jesucristo y testimoniemos nuestra fe.
Hoy me siento en casa, no solo por ser su párroco, sino porque aquí fui bautizado, aquí nací a la vida de fe.
Gracias por recibirme, que nuestra Madre Santísima en su advocación de la Divina Pastora, nos cobije y nos abrace, encomiendo mi sacerdocio a ella, y como su Hijo Jesucristo el Buen Pastor me guíe en esta misión que hoy me ha sido confiada, no puedo más que decir “habla Señor que tu siervo escucha”.
Pbro. Lic. Saúl Ragoitia Vega
Párroco de la Parroquia de la Divina Pastora